Llevo algún tiempo comentando que estoy lanzando un proyecto de empresa que me tiene bastante atareado. Horas y horas mirando catálogos, escribiendo a proveedores, leyendo tutoriales, peleándome con Hacienda, tratando de aprender las muchísimas cosas que es necesario saber para adentrarse en un campo nuevo, hablando con el diseñador de la página web, repasando cosas, pagando novatadas… Y por fin, tras varios meses de preparación, por fin tengo abierta la.trans.tienda.

La idea surgió como suelen surgir las mejores ideas: cuando menos te lo esperas. Era un domingo por la tarde del mes de agosto del año pasado (2011), y yo había ido a ver a mi amiga Kim a su casa. Hablábamos de lo mal que están las cosas aquí para encontrar trabajo, y más siendo transexual. La única solución de futuro que yo veía era emigrar a Reino Unido, Alemania o Austria. Ya estaba mirando ofertas de empleo allí, aunque tampoco es tan fácil encontrar trabajo en el extranjero si estás España, e irse a la aventura con mi escasez de fondos me parecía excesivamente arriesgado. Incluso le mandé el currículum a Paco para que me lo tradujese al alemán (cosa que hizo… ¡Gracias Paco!).

En realidad, no tenía ningunas ganas de irme. No me apetecía intentar otro proyecto de emigración, y más con las cosas que están pasando aquí a nivel de activismo trans. En tres años había empezado de cero ya dos veces, y no me apetecía empezar de cero una tercera vez. En otras circunstancias, la perspectiva me habría emocionado, pero en aquel momento, me deprímía.

Hablamos de Inglaterra, y del intento de emigración que Kim tuvo en los años 70, pero que fue abandonado antes de tiempo por diversas circunstancias. Hablamos de cómo era ser trans en Inglaterra y en España, en los años 70 y ahora. Ella recordaba que a veces, en los periódicos, encontrabas ciertos anuncios con palabras clave que al buen entendedor le hacían saber que eran anuncios para travestis. Por ejemplo “se venden zapatos de mujer de todas las tallas” indicaba que eran zapatos con tallas que podría usar un hombre. Existían lugares donde las travestis podían reunirse, y vestirse, incluso guardar la ropa a salvo de las miradas del resto de las personas que convivían en su hogar. En cambio en España no había nada así. Durante años, mi amiga se tenía que vestir a escondidas, guardando las cosas en el fondo de los armarios, siempre con el miedo de ser descubierta, aprovechando las horas libres que le dejaba la ausencia de su familia en casa. Todo era difícil, clandestino, y le provocaba un fuerte sentimiento de culpabilidad, como si estuviese haciendo algo malo. Su vida tenía siempre un triste halo de sordidez.

–          Y siguen sin haber tiendas para nosotras… – comentó mi amiga.

Ella y yo hablábamos frecuentemente de posibles salidas laborales. Algunas ideas eran extraordinarias, pero imposibles de realizar por falta de recursos. Otras ideas no soportaban la confrontación con la realidad. Otras, simplemente, no eran para mí. Pero aquella sí. Los dos nos dimos cuenta inmediatamente de que aquella idea no sólo era buena, sino realizable, y especialmente realizable para mí. Vender artículos para travestis y mujeres transexuales, pero que no fuese sólo una tienda, sino que también diese apoyo emocional. Tenía que ser un sitio al que la una persona llegase, aunque fuese virtualmente, y sintiese que no estaba sola, y que no estaba haciendo nada malo. Que cualquiera pudiese desahogarse y sentirse comprendida. Y que le permitiese comprar lo que necesitara sin tener que pasar vergüenza, sin miedo a ser descubierta por alguien inoportuno, y con dignidad.

Dejé reposar la idea hasta septiembre y la retomé. Empecé a pensar en ella un poco. Sólo cinco minutos, o diez minutos, mientras iba o volvía de la tienda. Eché números. Hablé con algunos amigos. Cuanto más lo pensaba, más me convencía de que era posible. Hice un plan de empresa, como tantos otros que había hecho anteriormente, más para soñar y divertirme que porque en verdad pensara que fuese posible llevarlos a la realidad.

Empecé a pensar un nombre. Kim sugirió, en broma “trans shop”. Yo había pensado “trans vestida”. Ninguna de las dos ideas me gustaba demasiado, pero “trans shop” se me quedó en la cabeza. En español sería “tienda trans”.

Trabajaba en la parte trasera de la tienda de mis padres. Como no tenía mesa, apoyaba el portátil en un taburete de tres escalones, y me hice una alargadera de 11 metros para poder enchufarlo, ya que el enchufe más próximo estaba a esa distancia. Además, trabajaba a escondidas: no había comentado nada con nadie de mi familia, ni con mi ex, porque sabía que tratarían de disuadirme, y ya tenía suficiente miedo yo solito como para que encima viniese alguien a quitarme la idea de la cabeza. A día de hoy, ni mis padres, ni mi ex lo saben todavía. Ya no me van a quitar la idea, sobretodo porque he hecho cierta inversión, y he adquirido ciertos compromisos… pero bastante difíciles son ya las cosas, como para que encima alguien venga a pintármelas todavía más negras. Vamos, digo yo.

Trabajaba, como digo, en la trastienda de la ferretería, y “trans shop” me seguía dando vueltas en la cabeza. Fue fácil dar un paso más y pensar que sería divertido llamar a la tienda “la transtienda”, en honor a la clandestinidad de mi propio trabajo. Parecía muy adecuado. La guinda del pastel la puso Ángela. “Ese nombre está bien, pero con puntos entre las sílabas. la.trans.tienda”. Era justo el toque que le faltaba.

Ver como una idea que surgió tomando café ha ido creciendo y desarrollándose hasta convertirse en una realidad ha sido emocionante. De algún modo, siento que la.trans.tienda es como una hija mía. Las cajitas con stock se van acumulando en los huecos que dejan las mercancías de la ferretería agonizante. Eso sí, bien escondidas, porque como mi madre las vea, le da un infarto. Yo que pensé que mi etapa de comprar maquillaje había llegado a su fin… y ahora los compro al por mayor. Todavía no tengo resueltos muchos problemas, y todos ellos están relacionados, directa o indirectamente, con mis problemas de financiación.

Si me preguntas dónde me veo dentro de cinco años, te diré que en el salón de la belleza de Barcelona, en el stand más barato, acompañado de dos modelos travestis o transexuales. Y salir en todos los telediarios y los programas del corazón, con los presentadores hablando del stand de travestis, sin entender nada, a medio camino entre el estupor y la broma. Me veo apoyando a una pequeña comunidad de travestis y mujeres transexuales, para que sus redes crezacan y se sientan más libres y más seguras. Acompañandolas en el descubrimiento de su propia belleza, ayudándolas a sentirse más guapas y más seguras de si mismas. A estar cómodas en su propia piel, y en su propia vida.

Quiero vivir de la.trans.tienda, pero también quiero ser útil. Creo que puedo ayudar.