Como era de esperar tras las anteriores entradas, el sábado pasado participé en la acción que Conjuntos Difusos llevó a cabo en Granada por el Día Internacional de la Lucha por la Despatologización de las Identidades Trans (un poco más, y buscan un nombre largo).

Para preparar este acto dedicamos bastante tiempo, trabajo, ilusión, estuvimos pensando… Vinieron amig*s de varias partes de España, y también de otros grupos de Granada, y aunque estamos en una ciudad pequeña y no aspiramos a tener un gran poder de convocatoria, vino bastante gente. ¡Hasta salimos en el periódico! Un articulito muy pequeño, eso sí, pero más que nada.

Lo más difícil fue organizar la performance (que, para los que no sepan lo que es, se trata de un teatro «que nadie entiende», o algo así), porque éramos pocos, con la agenda demasiado apretada, sin tiempo ni local para ensayar, y sin dinero para comprar materiales. Una hora antes de empezar estábamos haciendo el primer y último ensayo, y cruzando los dedos para que no se notase mucho que no sabiamos cómo iba a quedar la cosa.

Mientras estábamos representándolo, a todos nos quedaba una cierta sensación de que estaba quedando muy desordenado, pero cuando vimos el video, nos dimos cuenta de que había quedado bien. Incluso tuvimos la suerte de que un músico callejero escogió ese momento para ponerse a tocar a unos pocos metros de donde estábamos, y tuvimos acompañamiento musical. ¡Encima el músico tocaba bien! Pero nosotros estábamos tan concentrados en lo nuestro que sólo una persona se dio cuenta.

Después, levantamiento de pancarta, lectura del manifiesto, concentración, conversación con l*s amig*s que vinieron… Igual que el año pasado fue emocionante y salimos muy contentos… aunque yo me quedé con un cierto mal sabor de boca.

Política. No me gusta, pero está hasta en la sopa. La campaña por la despatologización ha levantado reacciones en contra desde el principio, pero cada vez son más exageradas y virulentas. Y no lo entiendo, porque parece que hay una gran cantidad de personas «transexuales» que con una mano están pidiendo más o menos lo mismo que nosotros pedimos, y con la otra están lanzando duras críticas contra la Red STP, pidiendo a las personas que tienen cerca que no difundan la convocatoria de la Red, o denunciandoles como si buscasen perjudicarles y lograr que pierdan los pocos derechos que han conseguido, especialmente el acceso a la atención sanitaria.

No sé si estas personas no son capaces de comprender lo que leen, y por eso lo entienden todo mal. Eso explicaría que cuando se dice que «además de hombres y mujeres, hay más cosas», haya quien entienda «los hombres y las mujeres deben dejar de existir». Que donde dice «no queremos que se controle nuestro acceso a la hormonación y las cirugías» haya quien lea «no queremos que nadie tenga acceso a la hormonación y las cirugías».

O es, como dice un amigo, que quienes centran su vida en un proyecto o en algo concreto necesitan regularlo y controlarlo por completo para sentirse más especiales. Decir «yo soy una transexual de verdad, y los demás no pueden ni soñar con todo el sufrimiento que he tenido que pasar» te pone en un plano superior al resto. Crear una clase exclusiva en la que tú decides quien entra y quién no parece ser algo que agrada a muchas personas.

Una vez leí que el triunfo de novelas, películas y series sobre «personas mágicas» (Harry Potter, Crónicas Vampíricas y cosas así) se basaba en que hacían que el lector se sintiese especial durante unas horas. En un mundo lleno de otros seres humanos como uno mismo, donde sabemos que no somos imprescindibles y que el mundo seguirá girando tranquilamente tanto si estamos como si no, a muchos (o al menos a una cantidad de personas indefinida entre las que me incluyo) nos agrada pensar que podemos tener un talento, algo que nos hace únicos y valiosos entre todos los demás.

Lo malo es cuando, para sentirnos grandes, necesitamos hacer que los demás sean más pequeños. O cuando buscamos sentirnos mejores, pero para ello, en lugar de aspirar a la excelencia, procuramos hacer que los otros sean peores que nosotros. Me temo que yo también he recurrido a ese tipo de estrategias alguna vez, y no puedo prometer no volver a hacerlo, aunque me vigilo constantemente para tratar de evitarlo.

Sea como sea, no dejo de tener la sensación de que para algunas personas la mera existencia de la red representa un grave conflicto que hay que resolver. La Red se está convirtiendo en un enemigo a batir, o, más bien, a abatir. Porque a la hora de elegir entre superar a alguien siendo mejor que él, o superarlo derribándolo, estas personas han decidido optar por la segunda opción.

Lo triste de todo este asunto es que mientras nos ocupamos en pelear entre nosotros, atacarnos, defendernos, intentar prever por donde va a venir la próxima hostia… Estamos dispersando nuestras energías en cosas totalmente improductivas, o, lo que es lo mismo, no estamos haciendo lo que realmente necesitamos hacer. Una pena.