Cuando me preguntan por Barcelona, la primera idea que tengo es: una ciudad en la que hay mucho de todo. Hay muchos góticos, muchos rockeros, muchos frikis, muchas lesbianas, muchos trans, muchos aficionados al paracaidismo, muchos cultivadores de horquideas… de lo que se te ocurra, seguro que en Barcelona encuentras a un buen puñado de gente.

No me gustaria vivir en Barcelona, pero cuando estoy allí, una de las cosas que sí me gustan es que puedes ir por la calle sin que nadie te mire, hagas lo que hagas. Como en Barcelona hay mucho de todo, en realidad nada es raro.

Pero claro, como en Barcelona hay de todo, también hay gente a la que le molesta que los demás sean como quieran ser, y que hagan lo que mejor les parezca con sus vidas. Parece ser que allí a estas personas se les llama «mossos d’escuadra» o también «guardia urbana», entre otros.

Hace poco se ha empezado a difundir una petición de ayuda para Maro Díaz, un chico trans que en 2006 fue detenido de manera arbitraria por la guardia urbana, quienes, según parece, se lo pasaron muy bien insultándole porque su nombre femenino en el pasaporte (tiene pasaporte estadounidense, no español) no concuerda con su aspecto masculino. También aprovecharon para darle una buena paliza.

Conocí a Maro en diciembre, aunque sólo intercambiamos unas frases durante un rato. Normalmente no hago mucho caso cuando empiezan a llegarme noticias sobre alguien que pide ayuda, porque los oax interneteros suplicando ayuda para un niño ciego-sordo-mudo que nació sin cabeza y con tres piernas me tienen ya imunizado (si eres de los que les gusta difundir este tipo de mensajes entre tus amigos, acabas de encontrar un buen motivo para dejar de hacerlo), pero tratándose de Maro, aunque puedo decir que en realidad no sé nada de él, voy a hacer una excepción.

Hay que añadir que, además, Maro es mulato. Un amigo me contó que hace algún tiempo un colega suyo, en este caso francés, había sido detenido y apaleado por la guardia urbana de Barcelona por el enorme crimen de ser negro. Lo que los policías no sabían es que, además de negro y extranjero, era joyero, y tenía dinero, tiempo y energía para meterles un buen pleito, aunque al final todo quedó en nada. Normalmente los juicios contra la policía se pierden, o se disuelven en sentencias que vienen a decir «niño malo, no lo vuelvas a hacer», pero según parece, en esta ocasión, la cosa está yendo mejor. ¡¡¡Ojalá!!!

Entretanto, ayer leía esta otra noticia: «Abuso policial contra las prostitutas de Barcelona«. Otra vez la guardia urbana haciendo de las suyas, y por lo que se ve, es práctica habitual en ese barrio. Me quedaba yo pasmado cuando me contaron que aquí en Quito la policía gaseaba a las prostitutas trans y a los miembros de la Patrulla Legal, y mira… resulta que no me hacía falta venirme tan lejos. Lo mismo lo tenía en casa, mucho más a mano, y yo sin saberlo.

Lo peor de todo, lo realmente malo es que… Bueno, si un hijo de puta te agrede o te insulta por ser negro, o por ser transexual, o por o que sea, es una putada y es algo contra lo que habrá que luchar. Denunciar, tratar de concienciar a la sociedad de que está al ir pegando a la gente, por los motivos que sean, crear leyes, unirse… Pero si el que te insulta y te agrede es quien se supone que te tenía que proteger, entonces ¿qué se puede hacer? ¿Qué es lo que queda? ¿A quién se puede acudir?

Espero que en esta ocasión el juez entienda que el uniforme policial no puede ser un refugio para que los matones de discoteca, los macarras de playa y los robabocadillos de colegio campen a sus anchas y se diviertan de la única manera en que parecen saber divertirse.