Las operaciones de «cambio de sexo», o «reasignación de sexo», o «reasignación de género», o como cada uno quiera llamar a la vaginoplastia y la faloplastia realizadas a personas transexuales (ninguna de esas expresiones termina de decir lo que yo quiero decir, pero alguna habrá que usar, para entendernos), en menores de edad, son el tema de moda. Se está escribiendo mucho sobre ello… ¿iba a ser yo el único que se quedase fuera del asunto?

En principio, yo estaba en contra de la realización de ese tipo de intervenciones a menores de edad. En Holanda, lo que se hace, es proporcionarles un tratamiento de detención de la pubertad, ni siquiera hormonas del sexo al que desean llegar, sino hormonas para evitar la llegada de la edad fértil, lo que no me parece mal, puesto que no es nada irreversible, sino una pausa para confirmar los cambios cuando se llegue a la edad adulta. ¿Tienen los menores de edad responsabilidad suficiente para tomar decisiones que van a ser irreversibles?

Posteriormente, un amigo, que ha trabajado en temas de atención sanitaria, y sabe más que yo como de aquí a Lima, me habló del concepto de «menor maduro» (creo que ese era el término), que concede a los menores de edad, pero mayores de cierta edad, la potestad de decidir sobre sus situaciones de salud, sobre su propio cuerpo. Aunque mi amigo lo explicó mucho mejor de lo que yo estoy explicando, lo del «menor de edad maduro» no me convenció mucho, pero sirvió para abrirme una puerta que desconocía.

También conozco a la menor de edad que se ha operado de vaginoplastia. No es que la conozca mucho, tan solo a través de un foro, y la opinión que tengo de ella es, en principio, muy pobre. Es una «hoygan» preocupadísima por sus relaciones con los chicos, por el tamaño de su sujetador, y que participa en flames foreras para despellejar a sus enemigas virtuales, como en una verdulería virtual. Después, una amiga común me ha dicho que en realidad es una chica majeta y simpática, con la que se puede pasar un muy buen rato. Lo que pasa es que yo tengo prejuicios, y a un «hoygan» no le dejaría tomar decisiones ni siquiera sobre lo que va a desayunar ese día. Dar patadas al diccionario, no sólo sin pudor, sino incluso con orgullo de no saber escribir correctamente, se merece ese castigo, y cosas peores.

Lo que terminó de derribar mis prejuicios hacia las operaciones de menores fue escuchar la historia de un chico trans de Ecuador, que desde los cinco años creció como chico. En su vecindario nadie sabe que es trans, puesto que se corrió la voz de que, aunque todo el mundo sabía que su madre había tenido una niña, en realidad había sido un niño. Se trataba de un error de comunicación divertido e inexplicable. Para sus vecinos, este chico nunca fue una niña. Desde entonces hasta ahora, sin hormonas ni operaciones, con la ayuda de su madre, ha vivido como hombre trans. No ha sido fácil, pero ha mantenido siempre esa identidad que asumió a los cinco años.

La menor española a la que ahora han operado, también asumió una identidad femenina a los cuatro o cinco años. No se mucho de su vida, pero es probable que nadie en su entorno, salvo su propia familia, sepa que es trans. También es probable que su gran preocupación por el tamaño de sus pechos, la forma de su cuerpo, el aspecto de su cara, etc, respondan al intenso deseo de verse y ser vista como mujer sin ningún género de dudas. Si la sociedad aceptase que una persona con fisonomía masculina puede ser una mujer, sin ningún problema ¿como sería esta chica ahora?

Quizá el problema reside en la idea de «operarse para ser una mujer», «operarse para ser un hombre». ¡No hace falta operarse para eso! Si pensamos en una operación de reasignación de sexo, estamos diciendo eso exactamente. Se opera porque quiere ser hombre o mujer. Para poder «asignarse», pertenecer, al conjunto de mujeres o de hombres. ¿Y si luego, igual que ha cambiado de conjunto una vez, decide cambiar de nuevo? Que desastre ¿no?

Pero si pensamos en vaginoplastia, construir una vagina, o faloplastia/metaidoioplastia, construir un pene o algo similar, la cosa cambia. Muchas personas trans sienten un asco visceral, o miedo, o rechazo absoluto, hacia sus genitales, o genitales y mamas, pero tienen que vivir pegados a ellos. A mí me producen muchísimo miedo las arañas, pero no tengo ninguna araña formando parte de mi cuerpo. En mi casa no hay arañas, ni decoraciones de arañas. Como mucho, mi madre tiene colgada una araña de cristal en el salón, y yo leo comics del hombre araña.Un día maté a una araña que medía dos o tres milímetros y llamé a un amigo para contarle mi hazaña. ¡Ese día me sentí realmente valiente!

Si una araña formase parte de mi cuerpo, desearía con todas mis fuerzas que se me extirpase. Si lo pienso así, si lo miro desde ese punto de vista, puedo imaginar que, igual que yo tengo terror hacia las arañas, aunque sean arañas microscópicas y totalmente infoensivas, otros pueden sentir esa misma fobia hacia una parte de su cuerpo. Debe ser horroroso verlo, sentirlo… y debe ser un alivio inmenso librarte de ello y tener en su lugar algo mucho más deseable, que, además de no darte miedo o asco, refuerza y legitima tu identidad de género. ¡Además de perder de vista lo que tan repulsivo les parecía, consiguen el beneplácito para ser quienes quieren ser, sin dar explicaciones!

En este sentido, me parece lógico permitir que l*s menores de edad tenga acceso a las vaginoplastias y faloplastias, no como «cambio de sexo», sino como «sentirse bien consigo mism*s». Que alguien sea menor, no significa que deba sufrir hasta los 18 años, sólo por ver si, mientras tanto, se le pasa.

Algunos enlaces que tratan sobre la cuestión desde otros puntos de vista (yo no los he leido/visto todos aún, y tampoco suscribo todo lo que dicen):

ABC.es

rtve.es

Onda cero. El gabinete: ¿Cuando se decide la identidad sexual?

Onda cero. Fósforos: operaciones de cambio de sexo.

Antena3 noticias

El País.es

La razón.es

Publico.es

Telecinco.es