Hace unos días comentaba con una amiga que había conocido en persona a una chica que participa en un foro en el que mi amiga y yo también participamos. Es decir, virtualmente, una conocida común.

– Me han dicho que es muy fea – respondió mi amiga.

– ¿Fea? – dije moviendo la cabeza con desconcierto -. No, no es fea para nada…

En ese momento recordé que, en realidad, la primera impresión que había tenido de ella era que tenia una cara rara. No se me ocurrió calificarla como «fea», pero… supongo que, objetivamente, cualquiera podría decir que lo era.

La primera impresión no me atrajo para nada. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y fuimos hablando y rompiendo el hielo (y había mucho hielo que romper), me di cuenta de varias cosas.

Me di cuenta de que tiene el cuello largo, y la curva de la nuca se le dibuja delicadamente, hasta acabar en unos hombros finos y perfectos. Me di cuenta también de que, a pesar de ser muy alta, se movía con gracia y soltura. Y también de que cuando sonríe se le iluminan los ojos de una forma muy especial.

Dicen que la belleza está en el interior, aunque lo cierto es que esa expresión suena a «premio de consolación». Es un poco como «el que no se consuela es porque no quiere». Sin embargo, para mi es algo totalmente cierto.

Conozco chicos y chicas realmente guapos, pero que estaban vacíos por dentro (o, peor aún, estaban llenos de cualidades indeseables), y al cabo de unos minutos había dejado de percibir en ellos el más mínimo atractivo. Una expresión cruel en la mirada, unos rasgos que no dicen nada, el tono desagradable de la voz, o un porte jactancioso, han sido detalles que me han hecho cambiar de opinión sobre personas que, objetivamente, eran muy bellas.

El problema con la belleza interior es que la mayor parte de la gente parece ser miope en lo relativo a ella. Una pena.